Por Diego Ramos: Activista Sexofuncional
Disfrutar de un chocolate con los ojos cerrados, quedarse inmóvil bajo las sabanas flojeando un ratito más, no escuchar más que tu cálida respiración, son trocitos de tiempo que solemos disfrutar conectándonos con el placer a través de nuestro principal medio de goce: El propio cuerpo.
Nuestro cuerpo ES el principal medio de goce. Con sus curvas, sus diversas texturas, variados olores y sabores.
Una pierna, tres brazos, dos ojos blancos, una oreja, pelo morado, altibajos emocionales y un habla que se intercala con la respiración; ¿A quién estoy describiendo? Bueno… a una persona que podría perfectamente ser nuestro parámetro de normalidad, pero que no lo es. Perfectamente podría ser protagonista en todas las películas, colmar con su imagen los libros escolares o promocionar cualquier prenda de lencería erótica, pero no. Por el contrario, es considerada extraña, anormal, casi un ser mitológico.
Así nos pasa a muchas personas que funcionamos de manera diferente a lo establecido, las personas de la Diversidad Funcional, que es una gran y variada comunidad. Algunos nos llaman "personas con discapacidad", aunque a decir verdad, nos han llamado de mil formas distintas: "maldita lisiada", "loca", "enferma", "especial", "in-válida" (o sea: sin valor), y un largo etc. Nombres que son un constante recordatorio de que somos distintas, que aparentemente no somos iguales ni física, emocional, relacional o sexualmente; porque si las personas que están dentro de la norma sienten un placer dentro de esos parámetros, se cree que nosotras, o: sentimos un descontrolado y excesivo placer o no sentimos absolutamente nada. Si los demás pueden adoptar ciertas posiciones “tradicionales”, nosotras adoptamos “posiciones distintas”; o si sus cuerpo se califican como “deseables”, el nuestro se cataloga como todo lo contrario.
Pero dime: ¿Qué sería de nuestra vida sin momentos fuera de “lo normal”?¿Que seríamos sin poder desviarnos del “como debemos comportarnos”?
Sin “comerse más lento” ese chocolate, sin disfrutar de la inmovilidad bajo las sábanas, sin gozar del silencio reconfortante, de todos aquellos momentos que nos recuerdan que el no escuchar, no moverse o hacer las cosas distinto también es rico, pero que está prohibido porque se nos impuso y se validó solo una forma de hacer las cosas. Sin embargo, las Diversidades Funcionales venimos a recordar que lo diferente SÍ existe, que esa mal llamada “normatividad” no es más que una de las miles de opciones y forma de hacer las cosas, y que la sexualidad puede ser vivida de más de una manera, que no hay porqué seguir un mandato de normatividad, pues lo diferente puede ser igual o incluso aún más placentero.
Vivir la sexualidad desde la Diversidad Funcional es vivir en ese lugar poco reconocido y socialmente menos valorado, y es ahí donde radica lo más complejo del tema: en la invisibilización y menos cabo de nuestra forma de vivir el placer. Se insiste en hacer accesible el universo sexual solamente a ciertos tipos de cuerpos y se restringen así las formas de disfrutar dicho universo. Se confecciona lencería para solamente personas con dos piernas, juguetes sexuales que se pueden tomar únicamente con las manos, porno solo para personas que ven con sus ojos o se realizan charlas sobre sexualidad solo para personas oyentes, etc.
Parece entonces que la inclusión es una gran mentira comercial, y a decir verdad, en muchos sentidos sí lo es, pero hay acciones cotidianas que nos pueden permitir hacerla más real: Como disfrutar de las sensaciones sin mirarlas, como atreverse a coquetear sin decir ni una palabra, como dejar de asumir que porque un cuerpo es distinto va a sentir más o menos placer, como visibilizar lo absurdo que es seguir poniéndonos barreras para disfrutar nuestra sexualidad, porque es absurdo negar lo distinto. Sin lo diverso ¿Cómo podríamos saber qué es lo que realmente nos gusta?.
No sigan creyendo que por funcionar distinto o tener un cuerpo diferente a lo normativo vamos a ser particularmente distintas sexualmente -porque en efecto, somo distintas- pero no más que tú, y es ahí donde radica lo rico, en la posibilidad de salirse de un molde único en que no todos cabemos.